sábado, 17 de octubre de 2009

¿Por qué hacemos radio?

Por Juan Pablo Latosinski


La percepción de la música es mágica. Hace que todos los sentidos se unan y dibujen algo en conjunto. Se dejan bañar y ella pinta, sin pedir permiso a nadie. El silencio sólo existe para eliminar lo nocivo del mal; para que la música nazca de un espacio más puro, pero no por eso predecible. La música nace cuando quiere. Ella es, fue y será innata en los hombres. Viene con nosotros, pero cuando nos retiramos de la vida ella queda, atemporal; tal vez representativa de una generación muerta de juventud, pero atemporal en escencia. El día que la música muera, no sólo moriran nuestros sueños y esperanzas, morirá nuestra carne y todo dejará de ser tangible, porque la música misma, con su reflejo vital y necesario, le da existencia a las cosas. Nosotros somos ontológicamente música; cada uno un tono, un estilo, una unidad diferente de melomanía -a veces no declarada-. Pero el tiempo y el dinero fueron convirtiendo y atacando el destino perfecto de la música: ella se volvió esclava del capitalismo, y sólo dejó parir sus momentos de pureza locuaz, erudita, bienhechora y drogadicta en pequeños refugios. La Cueva es uno de esos refugios, que quiere evitar su conformidad y transmutación de droga a placebo. La Cueva quiere defender las unidades vitales de melomanía, porque, salvando a la música, salvamos a la humanidad.

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